viernes, 17 de febrero de 2006

La observación psicológica

Análisis interno


No soy psicólogo, pero diría que soy un atento observador del corazón humano. Todos, en cierta medida, hacemos suposiciones sobre la psiquis de nuestros semejantes. Vivimos en comunidad, y necesitamos comprendernos unos a otros. Pero ciertas personas tienen una perspicacia refinada para las emociones, y ven mucho más allá de lo obvio.

El corazón de las personas es fascinante cuando uno se lo explica. Hace años que estudio el mío. La escritura me lanzó a contemplar mis sentimientos y actitudes, justo en una época en que el agua me llegaba hasta el cuello y me hundía en mis propias tinieblas. No es lo mismo padecer una tristeza profunda y estar a merced de ella como barcaza en la tormenta, que comprender qué cosa nos pasa, para cambiar y corregir el rumbo. Cuando escribo sobre lo que siento, retrocedo un par de pasos y me observo y comprendo.

Comencé a teorizar sobre mí mismo. Algunas teorías eran tan certeras, que explicaban demasiado, más de la cuenta, quizás. El autoconocimiento duele, pero sana.

Ahora leo los trazos de mi alma como una gitana leería la palma de mi mano, aunque sin engaños ni supercherías.

A tal punto me conozco, que hasta mis tinieblas amo. Parecerá desquiciado, pero disfruto hasta de mis tristezas más profundas. Cuando la lenguaaprende a captar los matices del alma, incluso las tristezas tienen un sabor exquisito. Las canciones tristes, ¿acaso no son adorables? Vivir en continua felicidad me parece un poco estúpido o falso. Nuestros momentos oscuros nos dan profundidad.

También aprendí a saber cómo me perciben los otros. Ajustar la imagen que tengo de mí mismo según el espejo de las miradas de los otros ha sido un reality check invaluable, que me hizo aterrizar y perder la parte irreal de mi vanidad.

Luego de que empecé a entender mi propio corazón, mi visión había cambiado, era un poco más aguda. Las personas las clasificaba en dos tipos: los fáciles de entender, y los misterios vivientes. He conocido personas tan simples que apenas abren la boca revelan información confidencial sobre ellos mismos, y nunca se dan cuenta. Y también he conocido seres que escogen cuidadosamente el rostro que muestran. Se repliegan sobre ellos mismos como moluscos bivalvos, temerosos de ser conocidos en su núcleo más profundo. Y también he conocido otros cuyo corazón siempre me ha resultado incognoscible, porque simplemente son más complejos que yo y mi mirada no puede abarcarlos.

Pero a veces me he llevado sorpresas: las personas que parecían simples, eran en realidad una fuente inagotable de complejidad y vueltas de tuerca.

Cuando uno se vuelve agudo, la observación psicológica se transforma en penetración psicológica. Uno se inmiscuye en el corazón de los otros, casi siempre sin que ellos se den cuenta. Los otros, a su vez, están urgando en el interior nuestro.

No sé si es por incapacidad o flojera, pero nunca he intentado fabricarme una máscara para proteger mi identidad y controlar la imagen que los demás se llevan de mí. En buena medida, mi corazón es transparente al resto. Debe ser muy fácil penetrar algunas capas en mi interior. Tal es mi descuido por la máscara, que me produce una enorme ansiedad las miradas de los otros. ¿Cómo lo manejo? Mi confianza proviene de mi lenguaje. Ustedes habrán notado que tengo cierto dominio del lenguaje. Pues bien: cuando logro hablar como escribo, puedo superar mi ansiedad social.

Todos somos promiscuos: nos penetramos los unos a los otros todo el tiempo. Nos preguntamos qué hay debajo de esa sonrisa, e indagamos esos ojos que nos miran, y que tal vez se preguntan lo mismo de nosotros.

Hermanos míos: penetrémonos a nosotros mismos, para que seamos capaces de penetrarnos los unos a los otros. Sé que al principio dolerá un poco, pero el autoconocimiento vale la pena. Si somos agudos y logramos