lunes, 26 de julio de 2010

El Triunfo de la Gana

En la quietud de mi descanso, sabía que debía estar haciendo algo, de modo que comencé a mover los pies espasmódicamente y a comerme las uñas.

La voluntad es una fuerza arrolladora del ser humano, sobre todo si muchas voluntades se aúnan en pos de un objetivo común.

La gana, en cambio, es una fuerza pasiva por la cual uno hace lo que en realidad no quiere. Para estudiar materias intrascendentes, el estudiante debe armarse de ganas. Y el trabajador, para soportar su rutina embrutecedora, debe también reunir ganas y seguir adelante.

La gana es un esfuerzo emparentado con el tedio y el acostumbramiento. La gana suele transformarse en aquello que llamamos "la fuerza de la costumbre", aquellas acciones que, de tanto practicarlas, terminamos realizándolas por inercia y casi sin necesitar de ganas.

El individuo se encuentra sometido a un constante número de obligaciones impuestas desde afuera, desde los padres, desde el miedo al "fracaso" y desde la sociedad. Muy pocos son los afortunados para los cuales el único motor que les impulsa es su pasión.

Los individuos que actúan por amor a lo que hacen, no necesitan de un sentido de responsabilidad condicionada por la angustia y la culpa, sino solamente aquellos cuyos objetivos han sido impuestos desde afuera.

La responsabilidad la aprendí cuando niño, me la inculcaron mis padres y profesores, así que sé muy bien de qué estoy hablando. La falta de responsabilidad la somatizo con un retorcijón de estómago, con nerviosismo, angustia y desesperación, como un perrito pavloviano que gatilla una respuesta. Estas emociones me perturban en tal grado, que casi siempre me impulsan a actuar, y entonces me doy a una febril y enérgica actividad. Al verme en ese estado, cualquiera diría que soy un hombre determinado y enérgico, pero la verdad es que estoy actuando por la pasividad de fuerzas externas, y no por una energía que nazca verdaderamente de mí. ¿Es la solución convencerse de que es divertido hacer lo que no ha nacido de uno, y transformar, aunque sea engañándonos, a la gana en voluntad?

El mayor objetivo de la escuela es condicionar al individuo para la responsabilidad, la absorción pasiva de información, el consumo, la memoria en vez de la creatividad, obediencia en vez de independencia y rutina en vez de novedad. En ocasiones se enseñan cosas, pero estos contenidos son sólo el instrumento usado para condicionar a los niños.

"¿Qué estarías haciendo, si únicamente de ti dependiera?" Cuando considero esta pregunta, comprendo que verdaderamente se requiere condicionar a los individuos para que hagan algo que jamás nacería de ellos. Y no sólo eso. También debe enseñárseles que sus deseos son meras fantasías irrealizables, y que la única realidad posible es el camino seguro que ofrece la Educación.

Un individuo educado en la responsabilidad es mucho menos arriesgado, mucho menos explorador que uno que no sufrió ese tipo de condicionamiento en la infancia. Los individuos condicionados para ser responsables, son ganado que siguen el camino estándar que les trazaron.

Como en todo lo relacionado con la Educación y sus objetivos velados, nos encontramos con dos tipos de escuelas. Aquellas en las que los niños son condicionados para ser ganado profesional de clase media, educados en el círculo de la angustia, la gana y la responsabilidad, y los Otros, que pasan por la Educación sin que se les reprima el instinto de exploración, y de ese modo se convierten en los líderes del ganado. Los primeros, si es que sobreviven a la escuela y conservan la creatividad, poseen una creatividad gatillada por la neurosis.

De la escuela uno no se gradúa, habiendo vencido victorioso los obstáculos. De la escuela uno sale arrastrándose, habiendo agotado hasta la última reserva de gana, esa voluntad que mueve por inercia al ser humano. De la escuela no se sale con la sensación de haber hecho algo importante, significativo, sino que se libera uno de ella con un tedio enorme que da paso a un tedio aún mayor. Tal es el sabor que queda cuando uno cumple metas que no han nacido de uno.

Como Tyler Durden, sólo me queda monologar:

-Mi padre no fue a la universidad, y quería mucho que yo fuera.
-Me suena conocido.
-Así que me gradúo, le hablo y le digo: "Y ahora, qué?" Me dice: "A trabajar".
-Igual conmigo.
-Ya tengo 25 años. Le hago mi llamada anual: "¿Y ahora qué, papá?" Él me dice: "No sé. Cásate".


Muchos de los más amargos momentos del existencialismo francés, no deben haber sido más que el resultado de condicionamientos para la angustia con que los pobres filósofos fueron educados cuando niños. Posteriormente, racionalizaron sus angustias, diciendo que la Existencia era la terrible. Una pequeña confusión que por poco les hace sentir mejor.

Si no se descubre el verdadero origen de la angustia, jamás podrá uno superarla. (Pero al menos podremos vender nuestras taras como moderna filosofía.)


El miedo es una respuesta natural del organismo para ponerse en acción y preservarse de los peligros. Pero la angustia, esa respuesta condicionada, ¿de qué nos salva? Esta es una emoción funcional, creada en buena medida por la madre y aprovechada por los educadores. El individuo moderno no podría funcionar si no fuera espoleado por la angustia.


¿Qué hacer con la angustia, cuando uno fue condicionado durante toda su infancia para somatizarla?


¿Cómo va a haber un país de "emprendedores" si desde pequeños se les señala el camino seguro, y se les enseña que, si transitan por él, todo va a estar bien?


El despertador es una tecnología de la gana: un aparato que produce feos ruidos para despertarnos por la mañana. Si la vida fuera placentera, en vez de un ruido los despertadores susurrarían con una voz sensual y seductora, invitándonos a iniciar un nuevo día. Pero ese no es el caso. Cuando se vive una vida de mierda, la aspereza de un ruido inhumano es lo único que nos podría sacar de la cama.

(Esto me recuerda a la manera en que venimos al mundo. Un cruel palmazo en el culo es nuestra bienvenida a la existencia, como para anticiparnos lo que nos espera.)



Una lectura interesante: "¿Quéqueremos de la Educación?", de Humberto Maturana.